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Los Referentes artísticos si importan

Cuando muy niño me empecé a interesar por las artes plásticas, mis primeras impresiones visuales procedían de los cuadros que mis padres colgaban de las paredes de su casa. Todos ellos habían salido de las manos de mi tío José Ruesga Salazar, licenciado en Bellas Artes que, por entonces,  intentaba ocupar un sitio en el mundo difícil de la pintura.

Confieso que aquellas pinturas, tanto óleos como acuarelas, crearon en mi un referente que a lo largo de los años se acrecentó en mis constantes visitas a su estudio, donde pasaba horas viéndole

pintar o ejecutando dibujos y acuarelas que él me obligaba a realizar con el sano deseo de enseñarme.

De aquellos primeros años recuerdo mis ratos junto al viejo y enjuto Hohenleiter – al menos así le recuerdo- y el olor característico del óleo y disolventes, así como el aspecto de los pinceles repetidamente usados, donde el color de la madera se había ennegrecido y el pelo desgastado.

Aquello era un arte realista, cercano, comprensible para un niño que miraba con admiración estas obras. En mi mente siempre deseaba pintar como ellos, sin saber que detrás de aquellas obras estaba mucho de aprendizaje y de trabajo diario, además de la natural inclinación por las bellas artes.

Durante años vi muchos museos, leí muchos libros sobre pintura, hice muchos dibujos – en gran parte destruidos por considerarlos incorrectos- y aprendí de todos los compañeros y amigos que fui conociendo en esta parcela del quehacer. Desde los primeros intentos por exponer en las exposiciones de otoño y primavera de mi ciudad, donde veía extraños cánones de medición para seleccionar los cuadros,- como el de estar matriculado en la facultad de Bellas Artes, aunque el cuadro no lo mereciera- hasta deslumbrarme ante el dibujo de un niño de parvulario donde el colorido y la composición habían surgido de la manera más natural.

Influyeron en mí mis profesores José Macías Macías y José Macías Luque, mi tío José Ruesga, amigos como Rafael Calderón Martínez del que me contagié de la severa disciplina en la búsqueda, la experimentación con soportes y pigmentos, y del que aprendí mucho sobre determinadas técnicas en el dibujo. De  mi llorado amigo Fernando Calderón López de Arroyabe, auténtico genio en el trazo, en la composición de grandes murales, reconocido internacionalmente y casi desconocido en su tierra.

Curiosamente Rafael y Fernando nada tenían que ver a pesar de llevar el mismo apellido, pero si tenían en común ser auténticos maestros. El uno sevillano humilde y el otro santanderino de familia acomodada. Este reservado y el otro viajero del mundo pues su obra se encuentra en infinidad de países desde Estados Unidos a Italia, o tendría que decir de Italia a Estados Unidos, porque Roma fue su referente.

Con estas líneas van algunas de las obras que me influyeron, desde los óleos de mi tío, pasando por los dibujos de Rafael Calderón, a los murales de Fernando Calderón. Sin contar las obras de Dalí, Sorolla, Ressendi, y, cómo no, de Velázquez y Murillo. De todos quedó algo en mí, como de mi tierra, sus colores, la luz deslumbrante, la forma de entender la vida de sus gentes. En suma, somos el resultado de nuestras circunstancias, de nuestras vivencias de lo que percibimos y nos conmueve. Y ese es el bagaje que el artista utiliza para transmitir, para emocionar.

 

 
 



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